La mujer extrajo del baúl el negro farol que habría de iluminar el gris de
la lápida. Lo limpió, le dio barniz y escamondó el cristal para que brillase
toda la noche. Introdujo una vela en su interior y cogió una cerilla para
prender la mecha. La vela no iluminaba. Cambió la vela, consumió la caja de
cerillas y probó suerte con un mechero. Se le agotaron las velas. Probó con una
lamparilla de aceite, pero al cerrar la puerta de la farola, se apagó. Rebuscó
y halló un artilugio chino, de luz permanente que simulaba una vela, pero no
tenía pilas. Se acordó de una iluminaria cilíndrica que acumulaba luz y se
hacía visible por la noche. Agarró el farol, se cubrió con la negra mantilla y
cuando llegó al cementerio ya era de día.
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